23 de abril de 2024

Sofrimentos, amores desditados e finais felizes dos contos, novelas e romances


No Dia Mundial do Livro e dos Direitos de Autor...


   El dentista y el viejo miraban pasar el río sentados sobre bombonas de gas. A ratos intercambiaban la botella de Frontera y fumaban cigarros de hoja dura, de los que no apaga la humedad.
  –¡Caramba!, Antonio José Bolívar, dejaste mudo a su excelencia. No te conocía como detective. Lo humillaste delante de todos, y se lo merece. Espero que algún día los jíbaros le metan un dardo.
  –Lo matará su mujer. Está juntando odio, pero todavía no reúne el suficiente. Eso lleva tiempo.
   –Mira. Con todo el lío del muerto casi lo olvido. Te traje dos libros.
   Al viejo se le encendieron los ojos.
   –¿De amor?
   El dentista asintió.
   Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes el dentista le proveía de lectura.
   –¿Son tristes? –preguntaba el viejo.
   –Para llorar a mares –aseguraba el dentista. 
   –¿Con gentes que se aman de veras?
   –Como nadie ha amado jamás.
   –¿Sufren mucho?
   –Casi no pude soportarlo –respondía el dentista.
   Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas.
  Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir.
   Pensaba que haría el ridículo entrando a una librería de Guayaquil para pedir: «Déme una novela bien triste, con mucho sufrimiento a causa del amor, y con final feliz». Lo tomarían por un viejo marica, y la solución la encontró de manera inesperada en un burdel del malecón.
   Al dentista le gustaban las negras, primero porque eran capaces de decir palabras que levantaban a un boxeador noqueado, y, segundo, porque no sudaban en la cama.
   Una tarde, mientras retozaba con Josefina, una esmeraldeña de piel tersa como cuero de tambor, vio un lote de libros ordenados encima de la cómoda.
   –¿Tú lees? Preguntó.
   –Sí. Pero despacito –contestó la mujer.
   –¿Y cuáles son los libros que más te gustan?
   –Las novelas de amor –respondió Josefina, agregando los mismos gustos de Antonio José Bolívar.
   A partir de aquella tarde Josefina alternó sus deberes de dama de compañía con los de crítico literario, y cada seis meses seleccionaba las dos novelas que, a su juicio, deparaban mayores sufrimientos, las mismas que más tarde Antonio José Bolívar Proaño leía en la soledad de su choza frente al río Nangaritza.
   El viejo recibió los libros, examinó las tapas y declaró que le gustaban.


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